¡BAJATE DE LA CALESITA!

   Estaba en la calesita escondida. Siempre en el centro en donde nadie podía verme, escondida.
 Hasta que vi con un ojo a la sortija. La hermosa sortija que aparece enfrente tuyo. La que todos quieren tener. Por la que todos pagan otra vuelta más para girar ahí arriba.
   La vi un rato, pensando que deseaba mucho que sea mía. Pero también pensaba que era algo imposible de adquirir. Era perfecta.
   Sin pensarlo me paré y me cambié de lugar, me paré en el borde de la calesita. Justo en esa delgada línea por donde podés caerte y rasparte. Me paré ahí siendo tan chiquita. Solamente alcé mi mano.
   La tenía, lo había logrado. La sortija vino hacia mi y yo no había echo ningún esfuerzo más que hacerme ver por ella.
   Eramos yo y la sortija.
   La sortija y yo.
   La felicidad era extrema. Tenía por fin lo que siempre quise, lo que todos querían. Tenía el poder en mis manos, lo tenía todo. Sentía tanta felicidad por dentro que no podía hacer otra cosa que pensar en esa sortija y en lo hermosa que era, por fuera y por dentro.
   La sortija te regala una vuelta en la calesita. Solamente una.
   Yo quería más. Pero la sortija sólo te regala una.
   Era mi última vuelta (la que tomé gracias a la sortija) y el hombre de la sortija, no me la iba a volver a dar a mí.
   Me despedí de ella con un sabor amargo pero a la vez con una sensación que llenaba todo mi cuerpo de alegría.
   Nunca más iba a volver a verla. O tal vez sí, tal vez yo pudiera volver a verla, pero ella no iba a venir a mis manos como aquella vez.
   ¿Debería pagar para subirme a la calesita una vez más y esforzarme para agarrarla?
   ¿O solamente debería dejar que ella elija a otra persona para dar otra vuelta?







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