Capítulos 0-1
Si habremos adolecido tanto tiempo, que ya ni acordarnos queremos pero sabemos con toda claridad que las catástrofes hormonales nos dejaron recuerdos imborrables.
"Ya tenés veintiún años, menos de un mes para los veintidós."
¿En qué momento dejé de tener dieciséis?
Si hay algo que voy repetir en estos textos es que me encantaría volver al secundario.
"El secundario" hace referencia a lo que todos sabemos de esa etapa: despreocupación, diversión, dormir, salir de joda, más despreocupación, dormir, salir de joda, ponerse en pedo y reírse, y reírse, y reírse. Jugar a ser grande, pensando que ser grande y tener independencia es lo mejor del universo (lo es).
Seguramente lo es, pero no ocultemos lo que se necesita para la independencia.
A los diecinueve creí que adoraría ser chef, que podría cocinar infinidad de delicias dulces y bien decoradas.
A los veinte cursé el segundo año de gastronomía y comencé a trabajar en ese rubro.
A los veintiuno me di cuenta de que si dedicaba mi vida a la gastronomía definitivamente iba a ser la persona más infeliz del universo por el resto de la eternidad. (¿Ya dije que adoro el drama?)
Y así fue como mi papá gastaba una fortuna mes a mes para que yo pudiera ir a cursar algo que no me gustaba. ¿Cómo le iba a decir? En ese momento comenzó mi verdadera independencia, hacerme cargo de los verdaderos errores que van a marcar un antes y un después en tu vida. Porque repetir un año de secundaria no afecta negativamente en la vida, de eso puedo dar constancia.
En el apuro de mi mente por buscar la manera de decirle mi problema al mundo sin que me juzguen por ser la peor persona del mundo, ahorré unos pocos pesos y me fui una semana a la gran ciudad.
Descubrí que mi vida tenía que ser ahí y no en otro lugar.
Ahí podía ser completamente independiente, feliz, estudiar algo que verdaderamente me guste, ser feliz, conocer al amor de mi vida, ser feliz, convivir con un amigo o amiga, ser feliz, conocer gente nueva de todo el mundo y sus culturas, ser feliz. Ser feliz en su totalidad.
"Papá, mamá, me queda un solo final para recibirme de chef, voy a buscar trabajo y con ese dinero me voy a ir a vivir a Buenos Aires, a estudiar lo que de verdad me gusta, y para bancarme ya tengo un plan: trabajar con mi título de chef."
Fue tanta mi ilusión, que todos mis allegados lo notaron, notaron la motivación que tenía, las ganas de irme y de no-ver-nunca-más-las-mismas-caras.
"Ya tenés veintiún años, menos de un mes para los veintidós."
¿En qué momento dejé de tener dieciséis?
Si hay algo que voy repetir en estos textos es que me encantaría volver al secundario.
"El secundario" hace referencia a lo que todos sabemos de esa etapa: despreocupación, diversión, dormir, salir de joda, más despreocupación, dormir, salir de joda, ponerse en pedo y reírse, y reírse, y reírse. Jugar a ser grande, pensando que ser grande y tener independencia es lo mejor del universo (lo es).
Seguramente lo es, pero no ocultemos lo que se necesita para la independencia.
A los diecinueve creí que adoraría ser chef, que podría cocinar infinidad de delicias dulces y bien decoradas.
A los veinte cursé el segundo año de gastronomía y comencé a trabajar en ese rubro.
A los veintiuno me di cuenta de que si dedicaba mi vida a la gastronomía definitivamente iba a ser la persona más infeliz del universo por el resto de la eternidad. (¿Ya dije que adoro el drama?)
Y así fue como mi papá gastaba una fortuna mes a mes para que yo pudiera ir a cursar algo que no me gustaba. ¿Cómo le iba a decir? En ese momento comenzó mi verdadera independencia, hacerme cargo de los verdaderos errores que van a marcar un antes y un después en tu vida. Porque repetir un año de secundaria no afecta negativamente en la vida, de eso puedo dar constancia.
En el apuro de mi mente por buscar la manera de decirle mi problema al mundo sin que me juzguen por ser la peor persona del mundo, ahorré unos pocos pesos y me fui una semana a la gran ciudad.
Descubrí que mi vida tenía que ser ahí y no en otro lugar.
Ahí podía ser completamente independiente, feliz, estudiar algo que verdaderamente me guste, ser feliz, conocer al amor de mi vida, ser feliz, convivir con un amigo o amiga, ser feliz, conocer gente nueva de todo el mundo y sus culturas, ser feliz. Ser feliz en su totalidad.
"Papá, mamá, me queda un solo final para recibirme de chef, voy a buscar trabajo y con ese dinero me voy a ir a vivir a Buenos Aires, a estudiar lo que de verdad me gusta, y para bancarme ya tengo un plan: trabajar con mi título de chef."
Fue tanta mi ilusión, que todos mis allegados lo notaron, notaron la motivación que tenía, las ganas de irme y de no-ver-nunca-más-las-mismas-caras.
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